En los conflictos entre Francia y el Imperio Español allá por el siglo XVI
ocurrió lo que les voy a contar hoy. Todo comenzó cuando un grupo de soldados de
la caballería francesa llegó a una abadía y se refugió allí, con permiso, en un
primer momento, de los monjes para evitar males mayores. La hospitalidad monacal
tenía como contrapartida que aquello sólo sería por una noche, ya que la abadía
debía obediencia a las diócesis flamencas y la ayuda a Francia podría
comprometerlos.
Con los franceses acomodados, unos monjes se reunieron con el abad y acordaron ayudar al conde de Egmont, enemigo de los franceses alojados. El abad, hombre pragmático por lo que vemos, accedió a ayudar a sus señores terrenales, pero siempre que la abadía fuera respetada y no se combatiera en ella. ¿Cuál fue el plan? Sencillo.
Prepararon un caldo convenientemente aderezado con unas hierbas purgantes, que además de provocar lo que ustedes bien suponen, indisponían en general al que las ingería. El caldo se les sirvió a los franceses como cena, mientras que los monjes; con la excusa del ayuno, no lo probaron. Después de acostarse, los monjes abandonaron discretamente la abadía y cuando los franceses comenzaron a sufrir los estragos del brebaje, comprendieron que habían sido envenenados y traicionados por los religiosos.
Salieron de la abadía para retroceder hacia un terreno más tranquilo, pero no estaban en las mejores condiciones para cabalgar. Al amanecer fueron atacados por la caballería del Conde de Egmont y así acabó la incursión de aquellos jinetes franceses en territorio enemigo.
Con los franceses acomodados, unos monjes se reunieron con el abad y acordaron ayudar al conde de Egmont, enemigo de los franceses alojados. El abad, hombre pragmático por lo que vemos, accedió a ayudar a sus señores terrenales, pero siempre que la abadía fuera respetada y no se combatiera en ella. ¿Cuál fue el plan? Sencillo.
Prepararon un caldo convenientemente aderezado con unas hierbas purgantes, que además de provocar lo que ustedes bien suponen, indisponían en general al que las ingería. El caldo se les sirvió a los franceses como cena, mientras que los monjes; con la excusa del ayuno, no lo probaron. Después de acostarse, los monjes abandonaron discretamente la abadía y cuando los franceses comenzaron a sufrir los estragos del brebaje, comprendieron que habían sido envenenados y traicionados por los religiosos.
Salieron de la abadía para retroceder hacia un terreno más tranquilo, pero no estaban en las mejores condiciones para cabalgar. Al amanecer fueron atacados por la caballería del Conde de Egmont y así acabó la incursión de aquellos jinetes franceses en territorio enemigo.
Fuente: San
Quintín de Juan Carlos Losada
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