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Cardenal Cisneros |
La expresión de hoy, usada por el Cardenal
Cisneros hace unos cinco siglos, es bastante conocida y en alguna ocasión se
usa en el lenguaje habitual. Ocurrió cuando este hombre, que fue cardenal,
arzobispo de Toledo y primado de España e inquisidor general de Castilla,
ostentaba temporalmente el poder en ese lugar por la muerte de Fernando II de
Aragón, es decir, Fernando el Católico. Ya había sido Cisneros el máximo poder
castellano unos años antes, cuando al morir Felipe el Hermoso fue presidente
del Consejo de Regencia de Castilla.
Muerto Fernando el Católico y mientras
esperaban la llegada de Carlos V desde Flandes, que sería Carlos I aquí,
Cisneros se hizo con el poder y aquello no gustó demasiado a alta nobleza
castellana, que confiaba en anteponerse a un rey que tenía por extranjero,
Carlos V, y no tomaban en consideración a una reina incapacitada para gobernar,
Juana la Loca.
Así, recibió el cardenal la visita poco
amistosa de algunos de estos nobles, entre los que estaban el duque del
Infantado y el conde de Benavente. Con malos modos y en tono desafiante, le
preguntaron por las razones y apoyos que le habían llevado a hacerse con el
poder en Castilla. Suponían que el vacío de poder, de no haberlo ocupado
Cisneros, les habría dejado el camino limpio para sus intereses. Al ser
preguntado, y según parece con tranquilidad y sosiego, Cisneros se acercó hasta
el gran ventanal que había en la estancia y apuntando con su mano a las piezas
de artillería que tenía colocadas en el patio de armas de su residencia, les
dijo a los nobles la famosa frase que ha pasado a la historia:
Señores, estos son mis poderes.
Y aquello fue efectivo, porque una cosa es
hacerse con el poder cuando está vacío el mismo y otra es vérselas a fuego y
hierro con un cardenal que estaba dispuesto a algo más que a rezar por defender
su postura.
Fuente: Curistoria,com
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